07/05/2020TRADICIONES

Eduardo Meier un vecino destacado de Pueblo Santa Maria.

“Antes no teníamos nada, pero teníamos de todo”.

La familia Meier es bien de Pueblo Santa María. Nacieron allí, los criaron sus padres en esta localidad y es ahí donde continúan con sus familias.

Hablamos con Eduardo Meier, integrante de esta familia, hijo de Don Agustín y Doña Feliciana y consecuentemente aprendió de su padre el amor por la música.

“A medida que pasan los años uno lo vive con mucha nostalgia, porque ya son unos cuantos años en el cual uno ha transcurrido dentro de esta comunidad.

Nunca me he ido. Es el pueblo en el que nacimos, toda la familia, y que tiene un arraigo muy especial. Cada año que se aproxima el mes de mayo uno lo recuerda de manera muy especial”, dijo Eduardo Meier, en el comienzo del reportaje.

Se acuerda, dice, de “un montón de cosas”.

Agrega que “la infancia no era lo que se vive hoy. Tenía un matiz muy especial. No había nada, pero había de todo. Materialmente escaseaba todo. Pero espiritualmente y familiarmente había mucho, sobraba mucho”.

Recuerda que “llegaba el mes de mayo y nos preparábamos para el aniversario. Uno participaba de alguna manera. En el culto, o ir acompañando al coro de la iglesia, que mi papá integraba. Uno se entremezclaba con eso, y ahí comenzaba a participar dentro de la comunidad. Nosotros tal vez no teníamos un chocolate, pero teníamos una pelota de trapo para jugar con los compañeritos. No había celular, no se sabía a qué hora volvía el hijo. Pero volvíamos a la hora indicada, cuando papá o mamá nos decían que teníamos que volver. Hoy, aprisionados por el sistema de la computación, el celular, atrapados un poquito los chicos. No estoy en contra. Uno lo acepta, pero solamente hace notar la diferencia”.

Dice que si bien la cultura, hoy, se trata de seguir, “pero no es lo mismo”.

“Hace unos años atrás había tres o cuatro fechas indicadas en el año: el 11 de mayo, el 23 de agosto, el aniversario del Club El Progreso, la Fiesta Patronal y el 8 de septiembre, Día de la Virgen, de nuestra Patrona. Esas fechas estaban muy marcadas. También reconozco que el hombre estaba más en el campo, se iban por 14 días familias completas, volvían y no había mucho para hacer. Y el lunes otra vez al campo. Entonces se tomaban muy en cuenta estas tres o cuatro fiestas, a la que hay que sumar también la Semana Santa. No había baile que fracasara. En el viejo salón del club se metían 1.200 personas. No se podía caminar”.

Cuenta que hace unos 30 años atrás, “había tres o cuatro bailes por mes, y eran fiestas con llenos totales. Me acuerdo de Juvencia y de los Rítmicos. Y por supuesto, José Carrasco y los Jomers, que fue todo un éxito”, menciona Eduardo, recordando a las grandes orquestas.

Ahora hay otras fiestas, “que convocan multitudes, como la Strudel Fest, o los desfiles y bailes de Kerb. Igual, sigue siendo lindo”.

Con nostalgia dice que “la fe religiosa no es hoy lo que se pretende decir. Lo vemos en los templos. La fe es distinta, o a lo mejor se practica de otra manera.

Quiero aclarar que no es mejor cristiano aquel que va al templo, tal vez, la practica en su casa. Pero es obvio que ha cambiado mucho todo”.

Integra, junto con varios miembros de su familia, el coro de la Iglesia, siguiendo con la tradición que impuso su padre Agustín.

Y en estos tiempos de cuarentena, cuando no hay celebración de misa, eso se extraña, dice, “porque puede ser algo chiquitito, pero es espiritualmente grande para uno. Estar solo y no poder ir al templo trae una cierta sensación rara no poder ir a misa los domingos”.

Agradece “a nuestros padres, que nos inculcaron todo esto, que nunca se nos fue y uno sigue practicando con mucho gusto”.