11/02/2024NACIONALES

Los 150 años de Mar del Plata: piratas en sus costas, un puerto al mundo y la increíble visión de dos pioneros

El hombre quedó arruinado por ser proveedor del Estado. Imposibilitado de cobrar la fortuna que se le debía, no tuvo más remedio que vender sus bienes y decidió invertir todo en la compra de tierras en la provincia de Buenos Aires.

Había nacido en pleno microcentro porteño pero su nombre está grabado a fuego en Mar del Plata. Patricio Pascual Porcel de Peralta y Ramos vio la luz el 17 de mayo de 1814 en la calle San Martín 76, frente a la Catedral. Lo llamaron Patricio, en honor al regimiento al que pertenecía su padre Juan Peralta, amigo personal de Cornelio Saavedra.

Abrevió su nombre a Patricio Peralta Ramos y de joven comenzó como tendero en la ropería de Simón Pereyra, proveedor de uniformes al ejército, a quien terminaría comprándole el negocio a mediados de 1840.

A los 26 años había dado el sí, en la Iglesia de San Ignacio, a María Cecilia Rita del Corazón de Jesús Robles Olavarrieta, una chica de 15 años de una tradicional familia porteña, con quien tendría la friolera de 14 hijos.

Durante la época de Juan Manuel de Rosas, el joven Patricio participó en la Sociedad Popular Restauradora, por entonces una entidad formada por prominentes vecinos de la ciudad y que, sin embargo, poseía un lado oscuro y trágico: su brazo armado, la Mazorca, que sembró el terror entre los que osaban oponerse al Restaurador de las Leyes.

Alrededor de 1860, junto a sus hijos Jacinto y Eduardo viajó a las tierras de lo que actualmente es Mar del Plata. Lo hicieron en una galera de la empresa Mensajerías Generales del Sud, propiedad de Luis Moreno y que administraba Mateo Sevigné. Llegar desde Buenos Aires al sur de la provincia demoraba entre 8 y 10 días. El recorrido respetaba un sistema de postas ubicadas cada dos o cuatro leguas. Iba camino a ser propietario.

Piratas y jesuitas

A las tierras que hoy conforman la ciudad balnearia, Juan de Garay las describió como “galanas costas…”; el pirata inglés Francis Drake navegó por esas aguas a finales del siglo 16, bajo la atenta mirada de los indígenas, que poblaban la zona desde tiempos inmemoriales. Algunos historiadores sostienen que el pirata bautizó el actual Cabo Corrientes como Cape Lobos, por la cantidad de esos animales que avistó.

En 1746, en la Laguna de las Cabrillas, los curas jesuitas Matías Strobel, Tomás Falkner y José Cardier establecieron la reducción Nuestra Señora del Pilar, que albergaba a un millar de indígenas. Pero los malones al mando del poderoso cacique Cangapol convencieron a los religiosos que lo más prudente era abandonar el lugar, cosa que hicieron en septiembre de 1751. Quedó el recuerdo del nombre: la laguna pasó a llamarse “De los Padres”, en referencia a esos religiosos.

Los años pasaron y en 1847 apareció el hacendado salteño José Gregorio Lezama, que en Buenos Aires había adquirido la Quinta de los Ingleses, actual sede del Museo Histórico Nacional en el parque que lleva su nombre.

Lezama, dueño de las tierras hasta donde la vista permitiera llegar, las dividió en tres estancias: Laguna de los Padres, San Julián de Vivoratá y La Armonía de Cobo. Aquellas estancias serían compradas por José Coelho de Meyrelles, cónsul de Portugal, quien en 1856 estableció un saladero, que proveía de carne seca para alimentar a los esclavos brasileños. El saladero estaba ubicado en lo que hoy es Avenida Luro, entre Santiago del Estero y Santa Fe, e incluía un muelle de hierro cercano a Punta Iglesia.

Peralta Ramos vio el potencial del lugar: “Este pueblo posee un puerto natural sobre el Atlántico, que lo pone en comunicación directa con el extranjero. Es ventajosísimo para la instalación de saladeros”, escribió. Entonces se puso a trabajar en una ciudad-puerto, a la que se imaginaba comerciando con todo el mundo.

Se asoció con Coelho y terminaría comprándole las tierras. Construyó su casa en la actual Pedro Luro y Entre Ríos y continuó explotando el saladero, al que le agregó un muelle. Amplió su negocio con la adquisición de tres barcos: “Armonía”, “Eduardo” y Lobería Chico”.

Levantó una escuela de primeras letras y una casa de huéspedes, conocida como La Casa Amueblada. Se instaló un molino de agua para producir harina para toda la localidad; fomentó el comercio y así fueron apareciendo almacenes, tiendas, zapaterías, carnicerías y panaderías, entre una veintena de casas, algunas de piedra, otros eran simples ranchos. Se hizo conocido el francés Fernando Bonnet, que atendía un modesto hospedaje que llamó “Hotel del Globo”.

Su esposa Cecilia Olavarrieta, había fallecido a los 35 años durante un parto y decidió erigirle, en 1873, una capilla en su memoria. La llamó Santa Cecilia y usó para su construcción maderas de un naufragio. Aún en la actualidad además de la capilla, hay un barrio y otros puntos de interés que llevan el nombre de Cecilia.

Se viene Mar del Plata

Como el saladero no daba los dividendos esperados, decidió dividir sus tierras en parcelas. Entonces, comenzó a crecer el pueblo. La capilla sería tomada como punto de partida en el trazado del ejido urbano, que popularmente era conocido como Puerto de Laguna de los Padres, pero que en los papeles no existía.

Por eso en noviembre de 1873 Peralta Ramos le solicitó al gobernador Mariano Acosta que nombrase oficialmente al pueblo como Mar del Plata. En la carta que envió con los fundamentos, asegura que por día atracaban más de veinte barcos en el puerto.

“Tengo la convicción, aunque incompetente profesionalmente, de que un estudio por personas idóneas, demostraría que no se requieren grandes costas para habilitar un puerto que sería de una inmensa importancia, por cuanto está llamada a ser el punto de salida natural y barato de los valiosos productos que forman la riqueza de aquella vasta extensión de la provincia”, escribió.

No fueron sencillas las gestiones. Un grupo importante de hacendados presionaban para que el pueblo se fundase tierra adentro, cerca de las serranías del Vulcán, cerca de sus estancias. Pero Peralta Ramos, más práctico, imaginó un puerto desde donde comercializar sus productos.

Ofrecía donar terrenos para la construcción de los edificios públicos. El mandatario bonaerense accedió y el decreto lleva la fecha 10 de febrero de 1874. Por fin la ciudad contaba con un acta de nacimiento.

Pedro Luro, el otro gran impulsor

Si Peralta Ramos fue un pionero, el inmigrante vasco francés Pedro Luro no se quedó atrás. Había hecho su fortuna en base al trabajo y en 1876 le compró el saladero al fundador del pueblo.

Casi de casualidad, luego de ver cómo sus obreros se bañaban en el mar, surgió la idea de promover una ciudad turística al mejor estilo europeo. ¿Por qué no?

Cecilia, una de las hijas de Peralta Ramos, ostentaba el récord de haber sido la primera mujer en bañarse en el mar, en 1868, oculta tras un improvisado biombo que su padre hizo con una vela de barco, para alejarla de las miradas indiscretas.

Luro y los hijos de Peralta Ramos, Jacinto y Eduardo, llevaron todos los adelantos imaginables. No solo se inauguró el primer balneario público, sino que en 1885 llegó el telégrafo y con el entusiasmo compartido con el gobernador bonaerense Dardo Rocha (“si yo hubiera conocido estas tierras antes de fundar La Plata, aquí hubiera fundado la futura capital de América”, se lamentó), se abrió una sucursal del Banco Provincia y otra del Banco Nación. El 26 de septiembre de 1886 fue un día que nadie olvidará, cuando la locotomora N° 46 del Ferrocarril del Sud ingresó por primera vez a la ciudad.

Hasta entonces, las vías llegaban hasta Maipú y los 129 kilómetros restantes había que trajinarlos por simples huellas. El tren demoraba diez horas en cubrir el trayecto desde Plaza Constitución y tenía dos servicios diarios. Este ferrocarril fue pionero en incluir camarotes y coche comedor con vajilla de primer nivel usada para el almuerzo, que se servía a la altura de Chascomús. Y cuando años después abrió un hipódromo en la ciudad, la formación incluyó vagones para transportar caballos.

Más allá de La Casa Amueblada y de algunas modestísimas pensiones, no existían grandes hoteles. El primero fue el Bristol, que abrió sus puertas con una espectacular inauguración el 8 de enero de 1888, del que participaron distintas personalidades, como Nicolás Romanov, futuro zar de Rusia. “Digno de la costa Azul”, decían los más viajados. Luro también fue el que convenció a los hermanos Lasalle de que levantasen el Casino Bristol.

Pedro Luro, en 1885, abandonaría la ciudad. Enfermo, se radicó en Francia donde falleció el 28 de febrero de 1890. Peralta Ramos moriría el 25 de abril de 1887.

Dicen que ya anciano, Luro reunió a sus hijos en uno de sus campos. Levantó un puñado de tierra y les dijo: “Hijos míos, esto es plata, si quieren ser felices no se deshagan de ella. Trabájenla y la pobreza jamás tendrá cabida en nuestros hogares”. Una lección que nunca pasa de moda.

 

Infobae.