14/05/2020TRADICIONES

Las infancias de ayer de los alemanes del Volga.

El recuerdo de Juan Hippener sobre esta etapa de su vida trae a la superficie recuerdos y anécdotas que pueden ser compartidas con muchas personas.

Las vivencias que relata pueden despertar un ¿te acordas?, para generar un diálogo entre hermanos, primos, amigos. En estos momentos, donde parece que tenemos más tiempo para hablar, recordar la propia infancia puede ser una bonita oportunidad de encuentro, con la propia historia y con la de los otros.

En el principio de la entrevista, Juan Hippener dijo que no habrá fiestas alemanas este año –como la de la Cerveza, o la de la Carneada-. En cuanto a la Füllsen Fest adelantó que “tenemos que esperar la orden del Municipio, o de provincia o nación, para ver si se puede llegar a realizar algo. Pero va a ser muy difícil, porque nosotros cada vez que hacíamos un evento venía mucha gente de afuera. Yo creo que como sigan las cosas así no creo que se puedan llevar a cabo”.

En cuanto a los recuerdos del ayer dice: “siempre me acuerdo de mi infancia. Empecé a ir a la escuela a los 7 años. Tenía 8 o 9 años, recuerdo que había gente muy carenciada. Recuerdo que ordeñaba y vendía la leche. Cuando comenzó lo de la copa de leche fui el primero que hizo una donación para darle la copa de leche a los chicos. Realmente, no me voy a olvidar jamás de esto. Me han tocado distintas actividades dentro de la escuela”. 

“También he sido protagonista de grandes travesuras. Había sido catalogado por las monjitas que estaban en la Escuela Parroquial. Me acuerdo de tener penitencias, desde que comenzaban las clases hasta el mediodía, es decir, toda la mañana, en vez de estudiar estaba en penitencia, por lo mal que me portaba”.

Andar con la honda, romper un vidrio. Esa eran las travesuras, cuenta Juan Hippener. Se acuerda de “hacer juegos en el potrero, cazar pajaritos, andar por los campos, jugar a la pelota. Todo eso lo hacíamos con una tranquilidad, felicidad. Muchos amigos, muchos que hoy ya no están. Hemos hecho de Tarzán, de vaqueros”.

Se acuerda de los tiempos “en que no había asfalto en San José, de cuando luego se hicieron las ramblas. De cuando vino el Arzobispo de Bahía Blanca, Monseñor Mayer. Me acuerdo que me vistieron con un traje blanco”.

Las infancias, recuerda, “muy sanas, el arma más grande que teníamos era una honda. Si nos agarraba la Policía nos bailoteaba un poquito. Llegábamos a casa y también nos retaban bastante”.

“Con mucha alegría recuerdo a mi padre, mi madre, mi tía. Hoy, contar lo que pasó es una alegría, genera lindos recuerdos. Me acuerdo que el castigo en aula que nos daba la monja era sentarnos una mujer y un varón. Teníamos unos diez, once años. Teníamos como temor. Era la penitencia que nos daban. Si habré sido travieso que repetí primero inferior. Me toco dos años la Hermana Rinilde, en inferior y superior. Se aburría la monja de ponerme en penitencia. Hoy son todos lindos recuerdos”.