Estela, Jorge y un amor que se expresa en las miradas y con el cuerpo, danzando
En esta oportunidad que nos da el mes aniversario de Coronel Suárez para mirarnos entre nosotros, relatar historias, darnos cuenta y tomar nota de lo que tenemos y lo que somos como ciudad chica, con historias grandes de pueblo, los invitamos a los lectores a detenerse un momento para conocer la historia de Estela Giménez y Jorge Cingolani. Esta historia va de baile, pero va también de amor.
Resulta que se pusieron de novio cuando tenían 15 años ella y 16 años él. Tienen 44 años de casados, más 8 de novios. “Éramos muy chicos, íbamos a la escuela secundaria; nos conocimos en el viejo Colegio Nacional”, relatan entre los dos. Empezaron bailando en Blain´s, la confitería que había en Blanco y Negro. “Empezamos bailando ahí y todavía seguimos bailando” dice Jorge. Ahí bailaban la Joven Guardia, Los Iracundos, Los Galos, Los Ángeles Negros. Era la época de los lentos, tiempo precioso de flirteo, de quererse de a poquito.
“A Jorge le costó conquistar a la suegra” expresó Estela, y agrega, acompañada de la risa de su marido: “Al suegro, enseguida, pero a la suegra no. Aida no lo quería. No había forma. Pero de a poco quedó como que él era el hijo que no habían tenido. Lo quisieron muchísimo”.
Tienen 5 hijas y 7 nietos. “Yo siempre digo que al cielo lo tengo ganado porque con 5 mujeres y mi señora…” dice Jorge, sin dejarse de mirar con su esposa, en miradas cómplices, amorosas, que tienen vida vivida y compartida.
Esta etapa de la vida, dicen, es muy linda: “Lo es, estar ahora disfrutando de todo lo que trabajamos. Hay que ver que esas hijas son pura emoción para nosotros. Esas chicas nos han traído tres yernos muy buenos. Se han bancado también a esta suegra que no les ha hecho fácil. Formaron cada uno sus familias y la van luchando, teniendo sus hijos y con todo lo que implica hoy, la economía, formar la familia, llevarla adelante. Estamos contentos con lo que hemos hecho y muy orgullosos, aunque no me gusta mucho esta palabra que implica también muchas cosas feas. Estamos satisfechos de estas hijas y lo que ellos han logrado, con mucho trabajo”.
A Jorge y Estela, que empezaron bailando lentos -en una baldosa, relata con picardía Jorge, dando cuenta que danzaban muy apretaditos-, la vida los encuentra ahora bailando folklore. Verlos bailar un gato, una zamba, una chacarera, es comprobar que se danza y se expresa no solo con el cuerpo, con los brazos, los pies: también con los ojos. Y en la mirada expresan amor.
“Cada día es una conquista que intento hacer. La miro porque tenemos que darle un toque a la danza, pero la miro porque lo siento así. Sigue siendo la Estelita que conocí hace muchos años”, dice él.
“Nos divertimos, Jorge es muy buen compañero. Organizamos salidas, siempre buscando. Él me deja que yo haga los itinerarios. Y cada día nos divertimos. Hay mucha picardía, muchas cosas vividas, mucho recuerdo” indica Estela. “Hay pequeñas cosas que hacen a ese divertimento. Nos reímos mucho de nosotros dos. Nos acordamos de lo que hemos vivido. Es una de las formas también de estar, de esperarnos. Me llama Estela y me dice ‘¿ya venís?’. Estamos siempre así” expresa Jorge. Es decir, juntos. Viviendo la vida, compartiéndola y disfrutando. Ahora, recorriendo lugares como Santiago del Estero, Cosquín y otros, o por la zona. Bailando la vida -ahora con danzas folklóricas- y queriéndose. Verlos es hermoso.