20/07/2020RELIGION

Saludos de nuestros obispos en la Fiesta Patronal de Coronel Suarez.

Monseñor Fray Carlos Alfonso Azpiroz Costa y Monseñor Jorge Wagner.

Muy queridos hermanos párrocos, vicarios y comunidades que peregrinan en nuestra diócesis bajo el especial patrocinio de Nuestra Señora del Carmen.

Basta recorrer nuestra arquidiócesis para alegrarse ante la presencia viva de la Virgen del Carmen como patrona titular de las parroquias que –por orden de fundación– recordamos: Carmen de Patagones (1807), Saavedra (1893), Tres Arroyos (1895), Coronel Suárez (1900), Arroyo Corto (1920), Indio Rico (1940), Villa Iris (1979) y Bahía Blanca (1981). A éstas, se suma la capilla de López Lecube (1918) en el partido de Puán.

Esta advocación une profundos tonos contemplativos con la sencillez cotidiana de la piedad popular. En efecto, el monte Carmelo está vinculado al momento en que el profeta Elías consiguió que el pueblo de Israel volviese a dar culto al Dios vivo. En el siglo XII, algunos penitentes-peregrinos se establecieron en ese monte para vivir cristianamente en forma ermitica a imitación del profeta Elías en la misma tierra de Jesús. Allí construyeron una pequeña iglesia y la dedicaron a María, como Señora del lugar y Patrona. Tomaron de ahí el nombre de Hermanos de Santa María del Monte Carmelo. El 16 de julio de 1251 el superior general de la Orden carmelita, San Simón Stock, experimentó la aparición de la Virgen que le prometió conceder ayudas especiales a quienes llevaran sobre si el santo escapulario. Desde entonces se extendió no solo la práctica de imponer el escapulario a quienes lo solicitan sino una especial devoción de la Virgen del Carmelo o del Carmen.

Inspirados en las palabras del Papa San Pablo VI en su Exhortación Apostólica Marialis cultus, rogamos hoy por cada una de las comunidades que celebran a nuestra Madre bajo esta advocación. Este año lo harán –en pleno tiempo de “pandemia” – con modalidades muy diversas a lo imaginado y deseado. Queremos acercarnos a ustedes pidiendo para cada parroquia y capilla, para cada fiel, aquello que vivía –por gracia de Dios– Nuestra Madre.

El Señor haga de cada parroquia una COMUNIDAD OYENTE. Una comunidad que acoge con fe la Palabra de Dios. María es fiel ante todo por su fe que la pone en camino para ser la Madre de Dios. Concibió creyendo al que dio a luz creyendo. La Iglesia, cada comunidad, escucha con fe, acoge proclama y venera la Palabra de Dios, la distribuye como pan de vida. Escudriña, contempla a la luz los signos de los tiempos; interpreta y vive de los acontecimientos de la historia. Ese es el verdadero gozo de una escucha que transforma alma, vida, corazón.

Pedimos al señor que edifique cada parroquia como COMUNIDAD ORANTE. La Virgen María, en un acto de servicio preciso y precioso, apenas ha recibido el anuncio del Ángel y concebido en su seno al “Dios – con – nosotros” corre a prisa para acudir a su parienta Isabel (que ya se encontraba en su sexto mes). Tras el saludo y la bienaventuranza que sale de los labios de esta mujer entrada en años, María responde con el más bello cántico de alabanza a Dios, el Magnificat. Ella nos enseña a acompañar siempre el camino de vida con actitud orante ¡rezando las cosas de la vida! Desde la vida nueva que se gesta en sus entrañas; la vida dada a luz en la pobreza del portal de Belén; la vida en la sencillez cotidiana de Nazaret; la vida de discípula de su Hijo, el Maestro, acompañándolo en la misión que lo llevará a Jerusalén; ¡la vida de la comunidad creyente que –en oración– espera la promesa del Espíritu!

Que el Señor modele en cada parroquia el corazón de una COMUNIDAD OBEDIENTE y por ello muy fecunda, a ejemplo de la misma Iglesia que desea ser obediente a su vocación: ser un Pueblo abierto para que todos encuentren un lugar en él; para que todos encuentren caminos de misión y entrega, ¡en salida! Para ir a buscar a los que se sienten lejos, los que más necesitan de la misericordia de Dios.

Finalmente, suplicamos al Señor haga de ustedes una COMUNIDAD OFERENTE. Así contemplamos a María presentando a su Hijo en el templo, como lo establecía la ley (la oblación del primogénito; la purificación de la madre). La culminación de esa entrega nos lleva a contemplar a la Madre al pie de la cruz en los momentos más dolorosos… asociándose al sufrimiento redentor de Jesucristo.

Estas actitudes propias de un corazón oyente, orante, obediente y oferente nos ayudan a asumir los tiempos que transitamos sin “escondernos”, “aislarnos” o “confinarnos” espiritualmente, como “aguantando” el paso del temporal o pensando sólo en sobrevolar “la niebla” de la pandemia para –simplemente– dejarla atrás como si no hubiera pasado nada. Esta situación, como muchas cosas que pasan y nos pasan, ha de ayudarnos a asumir el dolor de muchos que sufren, que no tienen acceso a la salud, ni cuentan con el sostén del alimento diario, carecen de un trabajo, no pueden ir al encuentro de sus seres queridos. También nos ayuda a abrir los ojos para dar gracias a Dios por tantos hermanos y hermanas que ponen el hombro cada día, todos los días, al servicio de la comunidad en tareas solidarias (no sin riesgos para su propia vida y salud).

La Virgen del Carmen los cuide y proteja siempre como cuidó y protegió a su Hijo, nuestro Hermano.

Los bendecimos de corazón y les pedimos también que nos bendigan para que podamos desplegar nuestro ministerio con las mismas actitudes que suplicamos a Dios para sus comunidades. A Él le pedimos nos regale la gracia de encontrarnos pronto para hablar con ustedes personalmente, a fin de que nuestra alegría sea completa.

Fraternalmente en Cristo, Buen Pastor y Nuestra Señora del Carmen.

+ Mons. Jorge L. Wagner - Obispo auxiliar   

+ Fray Carlos Alfonzo Azpiroz Costa OP - Arzobispo de Bahía Blanca