12/04/2020RELIGION

Saludo de Fray Carlos Azpiroz Costa con ocasión de la Pascua

Del silencio del sepulcro al gozoso anuncio de la resurrección

Les envío este mensaje desde el Monasterio de Santa Clara (Puan). Sábado Santo.

Quisiera llegar a todos y cada uno como signo de cercanía y comunión en medio de este AISLAMIENTO SOCIAL PREVENTIVO Y OBLIGATORIO que se prolonga. A partir del Domingo de Ramos he querido celebrar toda la Semana Santa con nuestras hermanas clarisas. Los monasterios de vida contemplativa se presentan como "oasis" en los que el ser humano, peregrino en la tierra, puede beber mejor en las fuentes del Espíritu y saciarse a lo largo del camino... Estos lugares son indispensables, como los “pulmones” verdes de una ciudad: hacen bien a todos, incluso a quienes no los frecuentan y tal vez ignoran su existencia.

La liturgia también nos hace notar el gran silencio que se cierne hoy -Sábado Santo- sobre la tierra; una gran soledad. Somos testigos del sufrimiento de la Cruz y la sombría realidad del sepulcro (todo con “s” como ayuda mnemotécnica)

Contemplamos - compartimos así un dolor que nos hace definitivamente más “universales” [no porque pretendamos que todos miren “mi dolor” sino porque comprendemos que todo ser humano es portador de tristezas y angustias” ¡como las que provoca esta pandemia que nos afligen: porque en Jesús comprendemos que todos morimos y que también los seres humanos somos capaces de matar]. Un dolor que nos hace infaliblemente fecundos [no porque mastiquemos vidrio, tragándolo... hiriéndonos o muriendo por eso; ni porque escupiéndolo hiramos y matemos a los demás, sino porque: “Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Juan 12, 24). Un dolor que nos hace inconfundiblemente discípulos [no porque seamos masoquistas secuaces de algún sádico; sino porque rumiamos en nuestro corazón las palabras de Jesús, Servidor sufriente: “El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre” (Juan 12, 26)].

Esta misma noche, en la primera parte de la Vigilia, la LUZ irrumpe en la densa oscuridad, oscuridad del despojo y del dolor... ¡Porque Cristo, nuestra Pascua ha sido inmolado! ¡Celebremos, entonces, nuestra Pascua!... (1 Corintios 5, 7-8).

¡Alégrense! ¡Cristo, nuestra Esperanza ha resucitado! ¡Por sus llagas hemos sido sanados! Jesús no vino a explicarnos el por qué de nuestras tristezas y angustias, nuestros gozos y esperanzas.

¡Vino a llenarlo todo de su presencia! “Porque solamente en esperanza estamos salvados” (Romanos 8, 24).

En los próximos 50 días, hasta Pentecostés, con renovada alegría seguiremos nutriéndonos de la Palabra, cada día, todos los días. Recordaremos en primer lugar todas las apariciones del Resucitado. Luego volveremos a rumiar: el diálogo con Nicodemo (Juan 3); los discursos del Pan de Vida (Juan 6) y del Buen Pastor (Juan 10); el conmovedor Testamento de Jesús en la Última Cena (Juan 13 - 17). ¡No es que debamos “volver atrás”, retroceder a esas escenas “anteriores a la Pascua”, al faltamos relatos, discursos, enseñanzas, sucedidos o milagros del Resucitado! ¡No! ¡Todo el Evangelio es anuncio, predicación del Resucitado! Es Él quien nos llama a nacer de nuevo, es El el Pan de Vida; la Puerta de las ovejas; el Buen Pastor que nos trae la vida en abundancia; el Señor y Maestro; es Camino, Verdad y Vida; El es la Vid verdadera; el Amigo.

¡Cuánta riqueza y alegría contiene este misterio que celebramos hoy!: “Cristo entre ustedes, es la esperanza de la gloria” (Colosenses 1, 27 b). Los abraza y bendice en Cristo el Buen Pastor Resucitado... y María Madre y Señora de la Merced.

+ Fray Carlos Alfonso Azpiroz Costa OP
Arzobispo de Bahía Blanca