30/06/2017 • REGION
Revista El Federal, Mi Pueblo. Piñeyro, el pueblo que buscan refundar a través de su club.
Viajamos a conocer Piñeyro, un pequeño pueblo de treinta habitantes en Coronel Suárez, donde quieren recuperar el club para que vuelva el movimiento. Hay un almacén de ramos generales cerrado que espera la llegada de una familia emprendedora. El turismo rural es la clave para su recuperación. Conocé la historia de un sueño que se está haciendo realidad. Texto y Fotos: Leandro Vesco.
La ruta, en este tramo de tierra, pasa y corta en dos el pueblo, las camionetas lo cruzan a velocidad levantando una polvareda que le agrega nostalgia a la postal, de un lado la estación de tren y del otro la escuela, el almacén y el Olimpo Football Club. Piñeyro tiene menos de treinta habitantes pero su corazón late fuerte: Sergio Dean y un equipo de soñadores se ha propuesto refundarlo de la mano del Club.
Conozcamos su sueño.
Llegamos al pueblo al amanecer. La dorada luz solar refleja tonos esperanzadores, las sombras se hacen largas a esta hora, pero se trata de sombras con fuerza, que abandonan el frío de la noche para pasar a la tibieza del día. Sergio Dean es ingeniero agrónomo y ama la tierra donde nació, si le dieran todo el oro del mundo lo rechazaría: su padre, quien trabajó toda su vida en el Club, antes de irse a un mundo mejor, le dio una herencia, acaso la mejor que un hijo pueda recibir, además de la honra y el don de gente, le dijo: “No me abandones el Club”, por eso su mayor riqueza la alcanzará cuando el club haga revivir a Piñeyro, como siempre sucedió. En el aire algo nos dice que falta poco para que eso pase.
El pueblo, viven treinta habitantes, está a pocos kilómetros de Coronel Suárez, pero pertenece a otro tiempo, y forma parte de la familia y la realidad rurales. Sergio ama el campo, sabe que estas pequeñas comunidades tienen la clave para que nuestra sociedad sea más justa. “Me invade una tristeza muy grande cuando veo un campo abandonado, tranqueras tiradas, alambres rotos, una casa cerrada donde debería estar saliendo humo de la salamandra. Económicamente mi campo no me conviene, a lo mejor debería dedicarme a mi profesión y quizás hasta venderlo. Pero yo sigo lo que se hizo toda la vida en el campo, tengo mis animales, tengo mis cosas, y muchas veces lo he hablado, y digo: a vos te gusta viajar por el mundo y a mí me gusta mantener el campo”
Sergio nació en el pueblo, y vivió su infancia a un costado del Club, en la Escuela, su madre fue Directora, su padre siempre trabajó en el campo y apuntaló el Club. “Antes el pueblo era otro, había dos talleres. Llegaban los frutos del país, cueros, lanas. Estaba el Almacén, completo, con ferretería y despacho de bebidas. Llegaban las revistas, mi mamá me mandaba a comprar el Anteojito y La Nación.
Pasaba el tren, paraba, dejaba cosas, encomiendas y después seguía, había mucho movimiento, y en el centro de todo estaba el club. Acá se festejaban las fechas patrias, los cumpleaños, la navidad y el año nuevo, antes la gente no viajaba y todo lo hacía en el pueblo” Nuestro país en esos años creció desde adentro hacia afuera, la fuerza, el motor y el eje se movían porque en los pueblos como Piñeyro se producía y se trabajaba de sol a sol, pero esto no impedía que las fiestas se hicieran y el goce era puro y simple.
La historia de la familia de Sergio es una muestra de cómo se hizo nuestro país. Su bisabuelo vino desde Lugo y como todo gallego, vino corriendo de una hambruna sin igual. Se aquerenció en Líbano (La Madrid), a pocos kilómetros de acá y un paisano le prestó dinero para comprar 800 hectáreas, que pagó a los seis años. “Venían de España de pasar hambre y de repente se hacían de 800 hectáreas de campo. Tenía fábrica de quesos el bisabuelo y el abuelo. San Leoncio, el nombre del queso”, fue fundador del Club y aquel campo aún lo tiene la familia, algo más chico. Aquella gesta emociona a Sergio. “La gente vivía más en el campo, las estancias tenían mucho personal, y todos vivían con sus familias, entonces los niños iban a la escuela, el almacén se llenaba, todos vivían en el campo”
Ese proceso frío e inhumano, que se llama progreso, llegó al pueblo, es historia sabida: la baraja pasa de mano, se va el tren, aparece el camión, las rutas, sobrevolando todo siempre, el abandono del Estado. “El productor chico no ha podido subsistir. Con 70 hectáreas, a una familia tipo con dos hijos se le hace difícil subsistir, y entonces es más rentable arrendar el campo o venderlo. Los chicos dejan el pueblo y soy muy pocos los que regresan, cuando me fui yo lo hice con la convicción de volver. Acá se trata de no perder la identidad”, se atrinchera Sergio.
El pueblo hoy sufre ese proceso, cerca de una ciudad grande, son pocos los que viven acá, y ese es el trabajo de Sergio, recuperar el Club le dará a Piñeyro movimiento y proyectos, para que esto suceda, pone el foco en los niños. “Acá adentro cuando hacemos fiesta hay 300 personas, cuando era pibe acá veníamos a jugar. Tenemos que mostrárselos a los chicos, hace poco hicimos una cabalgata y fueron felices jugando y andando a caballo. No podemos dejar que el Club se venga abajo, es importante que los chicos de la ciudad sepan que acá pueden venir a ver el sol, a mirar el horizonte” El sentido refundatorio se completo con recuperar la estación de tren, hoy con intrusos. “Hemos pedido apoyo al municipio, pero aún no hemos tenido respuesta” El viejo almacén de ramos generales que obligaba a sentarse hoy está cerrado, pero en buen estado. “Hace falta que alguien con ganas venga a trabajar y que lo abra”, el lugar es único para aquellos que desean un cambio de vida.
Por suerte, el turismo rural apareció en el horizonte, el pueblo tiene un potencial enorme para transformarse en un destino para aquellos que buscan paz y tranquilidad. Todo está por hacerse, y eso es el mejor horizonte. El INTA, a través de Cambio Rural, tiene una red asociativa de emprendedores que hacen turismo rural que buscan potenciar su entorno y sus habilidades, apostando por la identidad rural como principal atractivo, aquí Julieta Colonella es quien dirige los grupos que están recuperando la esencia de la ruralidad. Están haciendo historia y su trabajo es inmenso: recuperar los pequeños puntos en el mapa donde hoy viven aquellos que deciden permanecer en sus lugares en el mundo. “La idea es que el Club sea un lugar de encuentro, de contención y de risas. Queremos que vengan a participar”
“Apurado no podés hacer nada”, advierte Sergio: los sueños se cocinan a fuego lento. Sabe que la gastronomía es la puerta por donde entran las posibilidades. “Es famoso el asado de Piñeyro”, y al despedirnos nos pasa el secreto: “El secreto de un asado: paciencia y tener tiempo, apurado nada. Se hace a la cruz, tener buena leña, de eucalipto. Hay leña que es buena para llama pero no para brasa.
Tenes que tener para llama, mantener una llama constante, palos pequeños. Empezar de lejos, e ir llevándolo de a poco hasta el fuego. Esto se hace a ojo, vos podés ir manejando el fuego, tenés que estar tranquilo. La gente tiene que esperar hasta que el asado esté hecho, no se puede hacer un asado por horario. Después vienen las cargadas”
Conozcamos su sueño.
Llegamos al pueblo al amanecer. La dorada luz solar refleja tonos esperanzadores, las sombras se hacen largas a esta hora, pero se trata de sombras con fuerza, que abandonan el frío de la noche para pasar a la tibieza del día. Sergio Dean es ingeniero agrónomo y ama la tierra donde nació, si le dieran todo el oro del mundo lo rechazaría: su padre, quien trabajó toda su vida en el Club, antes de irse a un mundo mejor, le dio una herencia, acaso la mejor que un hijo pueda recibir, además de la honra y el don de gente, le dijo: “No me abandones el Club”, por eso su mayor riqueza la alcanzará cuando el club haga revivir a Piñeyro, como siempre sucedió. En el aire algo nos dice que falta poco para que eso pase.
El pueblo, viven treinta habitantes, está a pocos kilómetros de Coronel Suárez, pero pertenece a otro tiempo, y forma parte de la familia y la realidad rurales. Sergio ama el campo, sabe que estas pequeñas comunidades tienen la clave para que nuestra sociedad sea más justa. “Me invade una tristeza muy grande cuando veo un campo abandonado, tranqueras tiradas, alambres rotos, una casa cerrada donde debería estar saliendo humo de la salamandra. Económicamente mi campo no me conviene, a lo mejor debería dedicarme a mi profesión y quizás hasta venderlo. Pero yo sigo lo que se hizo toda la vida en el campo, tengo mis animales, tengo mis cosas, y muchas veces lo he hablado, y digo: a vos te gusta viajar por el mundo y a mí me gusta mantener el campo”
Sergio nació en el pueblo, y vivió su infancia a un costado del Club, en la Escuela, su madre fue Directora, su padre siempre trabajó en el campo y apuntaló el Club. “Antes el pueblo era otro, había dos talleres. Llegaban los frutos del país, cueros, lanas. Estaba el Almacén, completo, con ferretería y despacho de bebidas. Llegaban las revistas, mi mamá me mandaba a comprar el Anteojito y La Nación.
Pasaba el tren, paraba, dejaba cosas, encomiendas y después seguía, había mucho movimiento, y en el centro de todo estaba el club. Acá se festejaban las fechas patrias, los cumpleaños, la navidad y el año nuevo, antes la gente no viajaba y todo lo hacía en el pueblo” Nuestro país en esos años creció desde adentro hacia afuera, la fuerza, el motor y el eje se movían porque en los pueblos como Piñeyro se producía y se trabajaba de sol a sol, pero esto no impedía que las fiestas se hicieran y el goce era puro y simple.
La historia de la familia de Sergio es una muestra de cómo se hizo nuestro país. Su bisabuelo vino desde Lugo y como todo gallego, vino corriendo de una hambruna sin igual. Se aquerenció en Líbano (La Madrid), a pocos kilómetros de acá y un paisano le prestó dinero para comprar 800 hectáreas, que pagó a los seis años. “Venían de España de pasar hambre y de repente se hacían de 800 hectáreas de campo. Tenía fábrica de quesos el bisabuelo y el abuelo. San Leoncio, el nombre del queso”, fue fundador del Club y aquel campo aún lo tiene la familia, algo más chico. Aquella gesta emociona a Sergio. “La gente vivía más en el campo, las estancias tenían mucho personal, y todos vivían con sus familias, entonces los niños iban a la escuela, el almacén se llenaba, todos vivían en el campo”
Ese proceso frío e inhumano, que se llama progreso, llegó al pueblo, es historia sabida: la baraja pasa de mano, se va el tren, aparece el camión, las rutas, sobrevolando todo siempre, el abandono del Estado. “El productor chico no ha podido subsistir. Con 70 hectáreas, a una familia tipo con dos hijos se le hace difícil subsistir, y entonces es más rentable arrendar el campo o venderlo. Los chicos dejan el pueblo y soy muy pocos los que regresan, cuando me fui yo lo hice con la convicción de volver. Acá se trata de no perder la identidad”, se atrinchera Sergio.
El pueblo hoy sufre ese proceso, cerca de una ciudad grande, son pocos los que viven acá, y ese es el trabajo de Sergio, recuperar el Club le dará a Piñeyro movimiento y proyectos, para que esto suceda, pone el foco en los niños. “Acá adentro cuando hacemos fiesta hay 300 personas, cuando era pibe acá veníamos a jugar. Tenemos que mostrárselos a los chicos, hace poco hicimos una cabalgata y fueron felices jugando y andando a caballo. No podemos dejar que el Club se venga abajo, es importante que los chicos de la ciudad sepan que acá pueden venir a ver el sol, a mirar el horizonte” El sentido refundatorio se completo con recuperar la estación de tren, hoy con intrusos. “Hemos pedido apoyo al municipio, pero aún no hemos tenido respuesta” El viejo almacén de ramos generales que obligaba a sentarse hoy está cerrado, pero en buen estado. “Hace falta que alguien con ganas venga a trabajar y que lo abra”, el lugar es único para aquellos que desean un cambio de vida.
Por suerte, el turismo rural apareció en el horizonte, el pueblo tiene un potencial enorme para transformarse en un destino para aquellos que buscan paz y tranquilidad. Todo está por hacerse, y eso es el mejor horizonte. El INTA, a través de Cambio Rural, tiene una red asociativa de emprendedores que hacen turismo rural que buscan potenciar su entorno y sus habilidades, apostando por la identidad rural como principal atractivo, aquí Julieta Colonella es quien dirige los grupos que están recuperando la esencia de la ruralidad. Están haciendo historia y su trabajo es inmenso: recuperar los pequeños puntos en el mapa donde hoy viven aquellos que deciden permanecer en sus lugares en el mundo. “La idea es que el Club sea un lugar de encuentro, de contención y de risas. Queremos que vengan a participar”
“Apurado no podés hacer nada”, advierte Sergio: los sueños se cocinan a fuego lento. Sabe que la gastronomía es la puerta por donde entran las posibilidades. “Es famoso el asado de Piñeyro”, y al despedirnos nos pasa el secreto: “El secreto de un asado: paciencia y tener tiempo, apurado nada. Se hace a la cruz, tener buena leña, de eucalipto. Hay leña que es buena para llama pero no para brasa.
Tenes que tener para llama, mantener una llama constante, palos pequeños. Empezar de lejos, e ir llevándolo de a poco hasta el fuego. Esto se hace a ojo, vos podés ir manejando el fuego, tenés que estar tranquilo. La gente tiene que esperar hasta que el asado esté hecho, no se puede hacer un asado por horario. Después vienen las cargadas”