San Antonio, el santo del amor (y de los corazones impacientes)

Cada 13 de junio, San Antonio de Padua se convierte en protagonista de una de las tradiciones más pintorescas y queridas por quienes buscan pareja. Aunque oficialmente es patrono de los objetos perdidos, hace siglos que su fama va mucho más allá: es el santo al que se recurre cuando el amor parece esquivo… y también cuando la paciencia se agota.

Nuestro querido Sergio Denis lo popularizó con una canción, donde en ritmo pegadizo dice “…pedile a San Antonio que te mande un novio...”.

En distintas partes del mundo —y también en nuestra ciudad— hay quienes ese día encienden velas, rezan con fervor o incluso lo amenazan, simbólicamente, claro. ¿Cómo? Dando vuelta su estatuita o quitándole al Niño Jesús que lleva en brazos, todo en modo de “reclamo amoroso”. Suena gracioso, pero es una forma de expresar una esperanza muy humana: encontrar a alguien con quien compartir la vida.

¿Quién fue este santo que inspira tantos corazones?
San Antonio nació en Lisboa, Portugal, en 1195, con el nombre de Fernando de Bulhões. Años más tarde se unió a la orden franciscana y adoptó el nombre de Antonio. Se destacó por su sabiduría bíblica y su profunda entrega a los más pobres, predicando en distintos países de Europa. Murió joven, con apenas 36 años, el 13 de junio de 1231 en Padua, Italia. Por eso, esa fecha fue elegida para conmemorar su vida y su legado, que trascendió lo religioso para convertirse también en un símbolo popular del amor que se busca (y a veces se encuentra).

Su canonización fue tan rápida como su fama: apenas un año después de su muerte ya era oficialmente santo. Desde entonces, millones de personas alrededor del mundo lo veneran con devoción. Algunos le piden por causas materiales; otros, por cuestiones mucho más profundas del alma.

Y cada año, cuando llega junio, San Antonio vuelve a ser ese confidente silencioso al que se le habla bajito, con el corazón en la mano y la ilusión encendida. Porque, aunque el amor no se encuentra en una receta mágica, siempre hay lugar para la fe… y un poquito de humor también.