02/12/2020DEPORTES

Cruz Aizpurúa: una amazona de cuerpo, alma y con brillo propio

Desde muy chica, Cruz Aizpurúa tuvo en claro cuál sería su destino; o al menos, sabía que en su vida deseaba promover una relación muy estrecha con la naturaleza y un vínculo muy cercano y fluido con los animales. Mucho tiempo de su niñez lo transcurrió en el campo, donde cada tarde recibió un regalo o conocimiento de la Madre Natura para formarse como persona; de la mano de su padre fue adquiriendo los conocimientos para montar a caballo primero, ser hábil después y finalmente transformarse en una amazona segura y veloz.

Cuando cumplió con los estudios y terminó la secundaria, no se sentó a pensar qué carrera quería seguir, ni a qué universidad ir; Cruz sabía que ese era el momento de liberar su anhelo por la equitación. Vivió cuatro meses en Mar del Plata, donde no sólo formó un fuerte recuerdo y un gran cariño, sino donde también adquirió una capacitación fundamental. Pero entendiendo que para dar el gran y necesario salto, adquirir la mejor capacitación y generar contactos en el ambiente había que ir a Buenos Aires; respaldada e impulsada por el habitual positivismo de Víctor, su padre, Cruz afincó su proyecto en la gran ciudad. Eran los inicios de la década del 90 y el sueño comenzaba a ser una realidad; y ya nada la detendría hasta transformarse en la mejor exponente tresarroyense de la historia, en conseguir triunfos por casi todo el país, en convertirse en una jinete de Primera Categoría, ganadora de Grandes Premios, de ser una mujer que forjó una extensa y exitosa carrera, la misma que se ganó el respeto de sus pares y la admiración de la gente, y que por sobre todas las cosas construyó una vida siguiendo su instinto hasta alcanzar la felicidad plena con una gran familia.

Al poco tiempo de asentarse en la Capital “me hicieron socia del Club Alemán y rápidamente me incluyeron en el equipo”. Esta designación reafirmó el sentir de Cruz, respaldó esa convicción en que lo suyo eran los caballos, la equitación y la vida ligada directamente a la naturaleza. “Si bien no tuve problemas con el estudio, yo no me concentraba ni para estudiar un título” reconoció entre risas. “Me encanta la naturaleza, amo a todos los animales, lo mismo que el campo... En el Colegio Nacional yo esperaba que tocara el timbre para irme al campo; en esa época me decían que me iba a dar nostalgia por el colegio, y la verdad que hoy, a mis casi 49 años, aún no la he sentido a esa nostalgia. Recuerdo con un cariño enorme a las profesoras Blanquita Barcelona y Chita Echarry, súper exigentes, pero creo que sentían un poco de lástima porque lo único que yo quería era que me abrieran esa jaula para estar junto a mi padre y descubrir desde su sabiduría los secretos del campo, de los caballos, de la linda vida que me regaló él en esa etapa, junto a mi mamá, una gran compañera con la cual hoy en día mantenemos esa relación inquebrantable y única”.

Los primeros saltos

Con sólo 12 años, los saltos comenzaron a ser una realidad para Cruz. “Ibamos con mis amigas al campo y, pobres, les pedía que me ayudaran; me había conseguido un caño negro, como una especie de manguera firme pero flexible a la vez, y las colocaba entre dos tranqueras; así que mi primer caballo, Flecha, no tenía escapatoria. Pero bueno, lo hacía con montura mexicana, frenos de campo, las botas de goma; la verdad que no sé por qué eso de los saltos. Debo haberlo visto en tele y me habré sentido cautivada por ello, no lo recuerdo bien; porque la relación de mi padre siempre fue con las jineteadas, domas, donde fue muy bueno, pero lejos de la equitación”.

La adaptación fue rápida, “gracias a un apoyo familiar”, al equipo que se formó en el seno de los Aizpurúa. “Mi mamá siempre fue y es una gran navegante; y mi papá muy emprendedor, pícaro para todo esto. Empezamos a ver, a descubrir un deporte que es mucho más complejo de lo que se ve y parece. Después vinieron los viajes a Olavarría, Mar del Plata, un año nos invitaron a Neuquén y así empezamos a conocer distintas zonas; hasta que llegó el momento de ir a Buenos Aires…” y así se abrió la brillante carrera de la amazona tresarroyense por excelencia y de una de las mejores de la Provincia. 

Para el común de la gente, el tercer puesto en el Nacional de Menores del 89 fue su gran aparición; pero antes de ello, Aizpurúa ya había sorprendido al ambiente en una Copa de Verano en Mar del Plata. “Fuimos a competir en 1,10 metros y había un par de chicas que ganaban todo en Buenos Aires, tenían una gran difusión y venían de ser campeonas argentinas. En cambio yo, una ‘ilustre desconocida’ que llegaba de Tres Arroyos con ganas de saltar y aprender, y mucho hambre por concursar, competir... El primer día quedé segunda, el segundo día les gané y tras tres días de competencia me terminé quedando con el título; tal fue la sorpresa que la organización pidió mis documentos, quisieron constatar si realmente era menor y recién después sí, certificaron mi victoria” dijo Cruz, quien desde ese momento dejó de ser una “desconocida” para pasar a ser una de las promesas de la actividad.

Su nombre comenzó a sonar de otra manera, el ambiente le abrió sus puertas y el tercer puesto en el nacional conseguido un año después, fue la gran reafirmación para, entre otras cosas, “conseguir alguna conexión, encontrar un espacio para que todo no fuera tan difícil y complejo, como nos resulta a todos los que venimos del interior”.

Esa fue la primera vez que Cruz exhibió su nombre en el ambiente, y lo protegió y defendió con toda su entereza. “Al nombre hay que defenderlo con honores para todo, no sólo en lo deportivo; es nuestra identidad, nuestro ADN y debemos defenderlo con todo. Pero en el inicio era una desconocida, los clubes estaban llenos y todo se hacía muy difícil; con el paso del tiempo uno se hizo conocida, se ganó un lugar, comenzó a relacionarse de otra manera con la gente al punto de formar hermosos vínculos”, admitió.

Casi desde la cuna

El nombre es lo que nos acompaña o guía durante toda la vida; y Cruz también puede decir que montar es algo que literalmente trae desde la cuna, ya que comenzó a hacerlo “de muy chiquita, a los 3 o 4 años creo…; en casa siempre había un caballo disponible, un potrero donde hacer realidad esa ilusión, nuestros amigos ‘morían’ por ir al campo, trepar al petiso más pequeño y jugar a la mancha, pasar por debajo de los árboles, íbamos a peludear, a encerrar animales, todo era muy divertido y mi padre ayudaba mucho en eso. La verdad que mi infancia fue muy feliz…”, recordó con emoción.

Y esas habilidades que fue captando en cada juego, en cada buen momento, le sirvió para formar una sensibilidad especial a la hora de competir. “Sí, sumó mucho; porque tantas horas arriba de un caballo en distintas situaciones te da un equilibrio especial, algo que cuesta muchísimo adquirir andando siempre en una pista. En el campo salió un ‘bicharraco’ de golpe y el caballo se te espantó, y ahí vos tenés que hacer gala de tu equilibrio; se te disparó una vaca y debés salir a fondo y frenar de golpe. Adquirís habilidades que sólo son posible como se dice en el ambiente ‘de a caballo’; formas una capacidad natural así estés montando en pelo o con estribos, como sea; logras mantenerte arriba del lomo del caballo con más facilidad”, destacó.

Siempre le gustaron los deportes, jugó tenis y padle, pero cuando a los 12 años comenzó a saltar, todo quedó de lado. “Me dediqué de lleno a esto; muchas veces pensé que debería tener una continuidad para salir a caminar, ir al gimnasio, tendría que hacer un millón de cosas; pero la verdad que para lo único que tengo continuidad es para entrenar arriba de un caballo” confesó en otro dato que reafirma el vínculo eterno que la une a esta disciplina. “Y sí, es el día de hoy que me encanta, me genera un desafío constante; tuve mis dos hijas pero seguí firme con esto, disfrutándolo siempre”.

Esta prolongación en el tiempo ratifica que aquella decisión de su padre en formar un haras, cuando ella comenzó a entrenar, fue oportuna y necesaria. “Sin saberlo estábamos creando una Pyme familiar, donde forjamos los animales que me han permitido saltar en los Grandes Premios; hay potrillos con los cuales tenemos relaciones especiales. Tengo fotos de mi papá palenqueando a uno cuando sólo tenía un año de vida, y ese animal hoy es el de confianza de mi hija Pilar. Todo lo hemos hecho en base al trabajo, muy de abajo, y eso me genera orgullo. Lo mismo cuando un domador me entrega un caballo que está preparado para frenar frente a una tranquera y una debe enseñarle cómo saltarla; trabajar con un animal 7-8 años y poder competir con él en un GP es otro orgullo; eso me llena porque en lo máximo a lo que se puede aspirar, y nuestro haras tuvo 4 o 5 animales en esa condición” dijo conmovida y plena de placer porque además de su esfuerzo, emerge la visión de su padre y el empuje de su madre, como el de un sólido equipo de trabajo. Porque, y en definitiva, para los Aizpurúa este haras es una especia de legado, un sello familiar, tal como lo refleja su nombre “SilViCruz”, que reúne a los tres hermanos: Silvina, Víctor y Cruz…

Ama los animales en general y el caballo en particular. “Trato de darles confianza, salvando las distancias es como educar a un hijo. Confianza y respeto no pueden faltar. Que el caballo me acompañe en el deporte y que la pasemos juntos lo mejor posible es mi cometido, mi gran desafío” admitió, porque Cruz sabe, siente, percibe esa conexión con el animal; “el caballo sabe cuándo uno va a competir, es como que reconoce los lugares, las situaciones”, valoró.

Todo es posible

Exponente del segmento de los deportistas del interior, Cruz ha demostrado que triunfar en el primer plano nacional, es posible. “Por supuesto que se puede” destacó, y si su carrera no se prolongó en Buenos Aires más allá de 5 años, fue porque priorizó su familia. “Pude haberme ido al exterior pero no lo hice, cuando tuve la chance del Panamericano de Brasil en 2007, por estar en Suárez (vive en esa ciudad desde hace 26 años) debía viajar y permanecer tanto en la etapa de preparación como de competencia lejos de mi familia, y no lo preferí así. Cuando fui mamá decidí ir por el camino de hacer ‘hasta donde puedo hacer’, con lo cual el deporte se corrió del eje principal de mi vida. Sigo concursando, viajando mucho, yendo a los GP, aunque no me instalo por muchos días en otra ciudad; entonces ahí sí te puedo decir que ser del interior acarrea algunas complicaciones, allá se compite todas las semanas, y yo voy una vez por mes. Eso te saca un poco de ritmo, estas un poquito atrás. Esto es lo que elegí en su momento, y no me arrepiento; lo volvería a hacer. Sé que probablemente hubiese ganado más de lo que he ganado, pero estoy muy conforme con la carrera que he hecho” resaltó sobre un tema más que reconocido y certificado sobre su destacada trayectoria.

Trabajo, dedicación, pasión, esos son puntos necesarios “en cualquier deportista que llega a competir a nivel profesional. En la equitación, el caballo es un atleta y nosotros todos los días tenemos que asegurarnos que esté bien, es un deporte con mucha continuidad, todos días debe hacer algo porque, para mí, el caballo es más atleta que el jinete y tiene que estar impecable, siempre”.

En cuanto a la prolongación del jinete, Aizpurúa admitió que “los jóvenes imponen esa condición, por lo que uno tiene que hacer gimnasia, estar dúctil, blanda, porque un segundo en una ronda cuenta mucho; pero esta actividad es larga, longeva”, afirmó con confianza e ilusión.

En el más alto nivel

Sabiendo que el Club Alemán de Equitación fue la entidad que le abrió sus puertas y la cobijó cuando Cruz llegó a Buenos Aires llena de ilusiones y sueños, y rápidamente la introdujo en el seno de su equipo, no cabía otra opción que pensar en un gran futuro para la tresarroyense. “Desde el primer fin de semana que llegué fui parte del equipo; clasifiqué en un torneo de San Isidro cuando el club estaba en Segunda; con caballos nuestros lo hice hasta que llegamos a Primera y es el día de hoy que me puedo mantener en ese lugar de privilegio”, afirmó con una sonrisa.

Ese camino le permitió estar en todos los GP del país, ocupar los puestos más importantes en cada clasificación y alcanzar el máximo halago como fue ganar “el GP de la República en 2013; la verdad que esa victoria completó un profundo deseo personal, porque al fin hice mío el lugar más alto al que podemos aspirar. Venía estando siempre arriba pero nunca ganado, ya sea en el Internacional, en el Haras El Capricho, en el Nacional de fin de año, en el San Jorge Village, todas estas competencias internacionales. Y en el 2013 me di el gran gusto; antes de esa competencia había cambiado mi caballo porque veía que Sil Picachú, el que me había acompañado tantos años y el mismo que en 2007 fue elegido como el mejor caballo Silla Argentina estaba un poco viejo y no lo quería exprimir, no quería gastarlo; deseaba que se retirara bien. Entonces, y dándole la posibilidad a un caballo de sangre pura de carrera, como es Sil Vasco, pude tocar el cielo con las manos después de una ronda sin faltas, halago que pude compartir con mi familia y un grupo de amigos que estaban presentes”, recordó con orgullo.

Ese fue su punto culmine, pero en las alforjas de su carrera hay mucha “carga”, porque Cruz ganó los nacionales para caballos de 5 años con Sil Golondrina y Sil Pamperita; el de 6 con Sil Number One; las series 2 y 3 reservadas a caballos que no saltan en los GP; lo mismo que dos series consecutivas de 6 y 7 años. Y a todo esto se le suman los dos nacionales a nivel de equipos con el Club Alemán, lo cual la balanza se inclina a su favor para tributarle un alto reconocimiento, lo mismo que sucede casi de forma exclusiva por ser una de las únicas amazonas que durante 8 años seguidos se presentó en nacionales con caballos formados desde cero en sus propios haras.

“Hago el deporte por la competencia, la que entiendo es de uno y su caballo contra el reloj, me gusta el juego limpio, soy de tener buenos sentimientos para con mis rivales” se definió, y donde la presión la motiva, la impulsa a ir para adelante. “Este deporte es de a dos siempre; sabiendo que los jinetes no hacemos magia y que para completar algo bueno necesitamos de un buen caballo, lo mismo que de un gran equipo de trabajo que incluye petisero, veterinario, mucha gente”, confesó.

Como pocas, y con su perfil sentimental para con el animal, nunca va a exigirle más de lo que el caballo puede dar, llevarlo al extremo no está en su hoja de ruta; acepta las limitaciones y los procesos; pero cuando siente que su caballo está a pleno, va por todo. “A veces me sale y en otras no; pero nunca dejo de lado que esto es un juego de equipo; un binomio, más el equipo que está por detrás de todo ya que un animal requiera de alimentación dosificada horarios de vareos, masajes, limpieza de cama. Y todos los días, su cuidado depende de las personas que le ponen la misma pasión que una cuando aparece en competencia”.

Figura respetada

Ser una competidora de primera categoría le aporta un plus a la figura de Cruz, por eso es que cuando su silueta aparece en competencias regionales sólo hay lugar para la admiración. Es que en la provincia de Buenos Aires, su nombre ha aparecido como ganadora en un sinnúmero de oportunidades, lo mismo que en Regionales de distintos puntos del país. “Siempre me gustó ir a Córdoba, Mendoza, Puerto Madryn, Neuquén, Mar del Plata, Bahía Blanca, Olavarría; me atrae ahora poder ir a Rosario; están haciendo uno muy lindo en Entre Ríos, algunos más hay en carpeta como proyectos, porque esto aún no terminó”, desafió sobre su carrera, anticipando que muchos saltos aún están por darse…

Lo mismo que el exterior. “Me gustaría ir pero sin mis caballos. Mis hijas son ‘pro para adelante’ y no permiten que ‘me achanche’; así que lo que no hice en su momento quizás lo cumpla ahora. Tengo muchos contactos que me ayudarían a organizarlo; entonces no descarto armar algo, ir, saltar y volver”. Aizpurúa tuvo en su momento la chance de ir a Italia. “Sí, pero quizás nunca fui tan pretenciosa como deportista y no lo hice; soy muy apegada a los sentimientos y preferí quedarme acá”. Y hablando de competencias, que retornaron el pasado fin de semana tras la inactividad producto de esta pandemia, Aizpurúa aún no definió si saltará o no en este 2020, o si regresará con todas sus fuerzas el año entrante.

La competencia internacional es algo que Cruz conoce largamente, y es un manantial del cual ha bebido en su crecimiento. “Competir contra jinetes de Estados Unidos, Brasil o Chile, por ejemplo, además de ser muy divertido, te ofrece otras cosas porque llegan con otras realidades”.

Quizás competir representando a la Argentina es una cuota pendiente que le queda, aunque esa opción no está descartada porque el futuro puede deparar otra oportunidad como tuvo, por ejemplo, en el Panamericano de Brasil en 2007. “Estaba designada, fui elegida, pero por distintas razones no se concretó. Ocupar un lugar en un equipo de Argentina es algo que no he descartado; ya va a llegar…” anticipó confiada. Es que su motivación diaria pasa por el desarrollo y crecimiento de cada caballo; el optimismo y la confianza en ver cómo su camino le fue regalando tantos de esos buenos momentos hasta hacerla sentir plena por lo conseguido. Con todo eso respaldando y con su calidad intacta, cómo Cruz no va mantener viva la esperanza de vestir la “celeste y blanca”…

Recuperada casi a pleno de una fuerte lesión sufrida en su hombro derecho tras un accidente con uno de sus caballos el año pasado, Cruz Aizpurúa prometió que por un buen tiempo podremos seguir disfrutando de sus saltos y sus habilidades, porque aún siente ese apoyo e incondicional respaldo que le agradece “eternamente a toda mi familia; a ese grupo tan lindo que siempre me ha acompañado. A mis padres, mi marido, mis hijas, hermanos; éste es un deporte difícil, pero yo tuve la suerte de sentirme siempre apoyada, acompañada para disfrutar de algo que si tuviera la suerte de volver a elegir lo haría sin dudarlo; como también la de vivir junto a la naturaleza y de entregar todo por la familia que pude formar…”.

Algo personal

Nombre: Silvia María de la Cruz Aizpurúa.

Fecha de nacimiento: 15 diciembre de 1971.

Apodo: Vasquita.

Hija de: Víctor Miguel Aizpurúa y Silvia Zubiri.

Estado civil: Casada con Horacio Luis Heiland.

Hijas: dos, Belén (25) y Pilar (21).

Otro deporte: padle y tenis.

Un caballo: dos, Sil Picachu y Sil Vasco.

Idolo: No tiene, sí dos fuertes referentes: Albarrasín y Dopasso.

Un deseo: “La salud, que está por sobre todo; mantener la buena salud para toda la gente que quiero”.

Un sueño: “Que vuelva la cultura del trabajo a nuestro país; que ser buena gente, honesta, responsable y trabajadora tenga su recompensa. Que nos sigan educando bien, que la Justicia sea justa, para que toda la gente joven entienda que ese es el camino del progreso y deseen quedarse acá, en este país hermoso, y puedan proyectar una vida saludable y feliz”.   

Enseñar, formar

A la faceta de enseñar, la tresarroyense la mantuvo activa más que nada con los animales “Siempre me dediqué a eso, pero también me ha resultado muy divertido brindarle mis conocimientos y aportarle algo a distintos jinetes que ya sabían saltar y buscaban algún progreso; no he tenido tantas oportunidades por la falta de tiempo, pero la experiencia recogida ha sido gratificante”. Y en ese camino de absorber la enseñanza ha podido encontrar cierta similitud entre los jinetes y el animal: “El caballo tiene su ductilidad, viveza, personalidad; y los chicos también, les marcas una corrección y lo aplican. Es parecido, a veces algo les cuesta pero entrenando se superan ciertas barreras. Este es un deporte donde trabajando se llega, y ahí el jinete tiene más posibilidades para llegar por su esfuerzo, de ser mejor en base a sus ganas y dedicación; en cambio el caballo necesita más de la “madre natura”.

Fuente: La Voz del Pueblo.