11/08/2024CIUDAD

Imelda: el nombre de un amor que no fue en una de las columnas del templo San José Obrero

Unas paredes gigantes, con dos torres que se yerguen hacia el cielo, infinitas, son apenas el anticipo de la majestuosidad del interior del templo ubicado en la segunda Colonia Alemana.

En el mes de junio del año 1985 ofició de guía para que pudiera recorrerlo, conociéndolo, el padre Mario. En esa recorrida me fue contando algunos de los secretos que guarda la Parroquia, que dan motivo más que suficiente para que las visitas sean guiadas.

Tercera columna a la izquierda, ingresando al templo por la doble puerta central. Los tonos dorados que se hacen líneas curvas, que se entremezclan por uno y otro lado. Parece mármol, pero no: es pintura. Es fácil perderse en esa obra. 

Desde abajo hacia arriba la columna parece invitar a subir la mirada siguiendo algún trazo. No tiene forma específica; han seguido la mano caprichosa del artista que quiso hacer que esto pareciera mármol. Y lo logró. Varias de esas líneas envolventes parecen mezclarse en dos puntos; atraen, estremecen y no en vano. Son unos ojos. Cuando se puede despegar la vista de ellos, se podrá ver que aquí en la tercera columna de la izquierda las líneas doradas cobraron forma. Unos ojos, una boca, unos cabellos, forman el rostro de Jesús. Como un guardia, que disimulado protege a los visitantes; como un pastor que vela por el bienestar de los suyos.

Cuesta despegar los ojos de esa imagen. Cuando se logra, el padre Mario muestra otros secretos que tiene el templo San José Obrero.

En la segunda columna, también de la izquierda, ingresando al templo, hacia la mitad en un color más opaco, más oscuro e igualmente fácil de confundir entre las líneas doradas hay un nombre de mujer: Imelda.

Quien pintara las columnas escribió allí el nombre de su amada para rendirle un silencioso y oculto homenaje, porque a la joven, habitante de la Colonia, no le permitían casarse con el artista. Desde 1930 Imelda es allí el amor hecho nombre y dejado para siempre en este magnífico lugar.

Relaté esto en una crónica de junio de 1985. Al mes una emocionante sorpresa, una de las más lindas que me ha deparado este trabajo en la radio: conocí a Imelda. Pude abrazarla, charlar, conocer su historia y preguntarle si había sido feliz a pesar de este amor de temprana juventud que los padres no permitieron que se concretara en una unión.