14/08/2018CIUDAD

Como se pide. Por Mariano Sein.

Para mi amigo “Pepe” Bongiorno. La escuela de la vida.

Mi padre me confió a vos y yo te confié a mis hijas.

De chico me tocó ir a la escuela de la vida con el Gringo Pepe Bongiorno.

Había que ir antes que salga el sol, bien tempranito, sino te perdías la clase y ya no podías salir con él.

Era ir gustosos, de purrete, para que Pepe nos preparara un caballo, nos contara anécdotas fantásticas de gauchos y paisanos y nos permitiera ir montados en un manso a realizar las tareas con él por algún campo cercano.

Era como estar viviendo un cuento fantástico. Siempre pasaba algo, o nos encontrábamos algún desafío, que seguramente sería una zoncera, pero para nosotros niños de ciudad constituían esas anécdotas gigantes de aventura y hazañas.

Claro que no lo supe hasta adulto. Hasta que te reencontré y llevé a mis hijas a tu escuela. A esa que concurrimos muchos sin saberlo… la de la vida.

Luego me di cuenta que cada anécdota que contabas era una enseñanza. Que cada frase que repetías hasta el cansancio era un mensaje para grabar a fuego.

“Las gauchadas no se devuelven ni se reclaman, son gauchadas”, con eso me decías que hay que ser generoso y no esperar nada a cambio.

“No seas desecho, acomoda bien ese caballo antes de salir”, con eso me decías que hay que ordenarse para trabajar, que todo tiene su lugar, que hay que cuidar al caballo y estar prolijo.

“La tranquera se deja tal cual la encontras”, y con eso me decías que las cosas se devuelven en las mismas condiciones que te las prestaron y que hay respetar la voluntad del otro.

Me mostraste los tiempos de la doma, y con eso me enseñaste que todo tiene su proceso, que hay que esperar el tiempo de cada persona, que podemos tener días buenos y malos, que hay que ser paciente.

Me enseñaste a hablarles a los caballos, y con eso me mostraste que hay idiomas diferentes, que una pausa lo dice todo, que un tono, un grito o un silbido también.

Me enseñaste a tener respeto a los animales, con eso me dijiste que no hay que tener temor, pero que no hay que atropellar y ser cuidadoso.

Me enseñaste a trabajar, a esforzarme, a divertirme y dar todo lo que sea posible. Me enseñaste de honradez, amistad y entrega.

¡Si me habrás retado hijo ‘e una gran siete! Si nos habrás hecho achurías… ¡Mirá que eras difícil de arrear eh!

“Se rompió la tranquera… ayúdame a arreglarla, seguro que los potros anduvieron jorobando…”, te hacías el zonzo, sabiendo que jugando la rompimos nosotros.

¿Qué te voy a decir ahora amigo?... Que recuerdo cada desfile, cada asado repleto de paisanos, cada madrugada helada saliendo de a caballo, cada reniego tuyo…

Diste a mis hijas caricias de paciencia, las iniciaste en el amor a los caballos y las protegiste en cada momento. ¿Cómo te pago esa gauchada?
¿Cuantas cinchas jalonaste, cuantos potros doblegaste, cuantos alambres remendaste?...

¿A cuanta gente y amigos acompañaste?

Te cuide todo lo que puede, aunque tal vez no fue lo suficiente…

Repetías… “y bue, así es la vida”, y con eso me decías que algún día me dejarías solo.

Te extrañare eternamente.

Seguramente estarás armando una nueva tropilla.

¡Gracias gringo!

Mariano Sein.