13/09/2023SOCIEDAD

Juan Carlitos, el jugador de polo de los taqueos largos, el que hacía jugar a todo el equipo, el que recibió el premio Fair Play de la UNESCO y el hombre que amaba Suárez

En redes sociales y en portales informativos de toda la Argentina se multiplicaron las muestras de condolencias por el fallecimiento del más grande jugador de polo de todos los tiempos, fallecido el último lunes por la noche a los 86 años de edad. Y fue propicia la oportunidad para sumar todos sus trofeos, todos sus logros, que grafican a un grande. Grande, dentro y fuera de las canchas de polo. Un SEÑOR, con letras mayúsculas.

La Nueva Radio Suárez entrevistó a quien la revista Gente calificó hace muchos años atrás como el primer relator de polo del mundo, Carlos Lastra, quien relató para LU36 todos los torneos que jugó Juan Carlos Harriott en los Abiertos de Palermo.

“Es un día triste” comenzó diciendo, manifestando cómo se sentía, y agregó con lógica que “las cosas pasan, porque los años pasan”. Y resumió que Juan Carlitos “tuvo la sencillez de los grandes, fue un hombre de campo que tuvo toda la gloria, la fama. Todo lo que necesitó y logró, pero nunca hizo gala de eso”.

Cuenta que, hasta el final de aquel 15 de diciembre de 1979, cuando se retiró del polo, en el Campo Argentino de Polo: “Nosotros cubríamos Palermo y terminábamos transmitiendo la final para Radio Coronel Suárez, el único medio de entonces”.

El día que le entregaron el Olimpia de Oro, contó, atravesó todo el escenario, seguido de los periodistas, después de recibir el premio, para hablar con Carlos Lastra. “Se cruzó para atendernos, porque valoraba el hecho de haber realizado 500 kms. para ir a acompañarlo”.

Otras anécdotas. “Él jugaba contra alguien y jugaban bien, ganando fácil, lo que decía Juan Carlos Harriott era: ´No les salió bien, pobres´, refiriéndose al rival. Nunca subestimó, nunca hizo alarde de la grandeza de su juego y la grandeza de su persona”.

Relata que “era generoso para jugar. Él jugaba para todo el equipo. No jugaba el equipo para él, jugaba él para todo el equipo. Por eso fue tan grande. Nunca lo vi en un mal gesto”. Cuando dejó de jugar, al año siguiente, la UNESCO le entrega el premio Fair Play, destacando su juego limpio y destacándolo para el mundo.

“Hay tantas cosas para decir de Juan Carlitos. Tuvo la sencillez de los grandes”. Dice Lastra que todas las veces que lo vio jugar salió campeón y “nunca lo vi en un gesto de euforia desbordada, como para subestimar a su rival. Nunca lo vi en un gesto de desaprobación a sus compañeros. Una sola vez lo vi, no enojado, sino con pena. Fue cuando se le muere una yegua en la cancha -Minishort su nombre-, era una de las yeguas más queridas. Ese día lo vi mal. La única vez. Sentía el dolor que se le iba su compañera de juego”.

Vida intachable, como deportista y como persona. “Amaba a Suárez, hablaba siempre de Suárez y él saludaba a todo el mundo. Seguramente no conocía a todo el mundo que saludaba, pero él sabía que a él lo conocían. Y lo consideraba como un deber ser amable con la gente que sabía que lo quería”.

Fue 10 de hándicap hasta el último día que jugó. Anécdotas hay muchas de juego, grandes jugadas, dice Lastra, y agrega: “Él los hizo goleadores a los hermanos Heguy y no olvidemos que Alfredo también fue un gran jugador. Pero el eje del equipo, el que hacía jugar a todos, era Juancar, con un palo totalmente distinto a hoy. Hoy todos los jugadores hacen que los caballos corran permanentemente. Todos van detrás de la bocha. Y Juan Carlos hacía jugar el equipo para que quien corriera fuera la bocha. El juego del taqueo largo, tan bonito, que nos gustaba a quienes aprendimos a ver polo en aquellos años”. Era un jugador “tremendamente efectivo, era cerebral. Aprendió a jugar con los hermanos Alberdi. Se iba a caballo desde La Felisa hasta el campo La Primavera, todos los días, a aprender a jugar”.

Relata que cuando recibió el Olimpia de Oro, en Suárez lo esperaban unas 5 mil personas, recibiendo a su brillante deportista y persona. “Un mundo de gente. Ahí lo vi emocionarse por única vez, cuando llegamos a la radio. Fue la única vez que lo vi lagrimear. Eso también habla de su sencillez. No se aflojó nunca. Se aflojó cuando llegó aquí, a Suárez”.

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