09/05/2022INTERNACIONALES

Boric en la vida real: ¿cómo es posible que la popularidad del presidente rockstar haya caído tan rápido?

Para cualquiera que haya seguido el proceso de cerca, no debería haber sorpresa alguna

El domingo 19 de diciembre de 2021 fui a votar en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Chile, mi país natal, con un entusiasmo equiparable al que siento cuando escucho una canción de Ricardo Arjona: cualquiera fuese el resultado me parecía deprimente, porque los dos candidatos que habían llegado a esa instancia, Gabriel Boric y José Antonio Kast, eran dos de los que menos me gustaban de la primera vuelta.

Si tuviese que definir mi actual posición política en Chile diría que integro el grupo llamado, casi siempre con desprecio y sorna, de “los amarillos”; es decir, el de quienes creen que, más allá de las falencias e insuficiencias que se puedan señalar, nuestro país progresó en muchísimos aspectos en los denostados últimos 30 años. Hacen falta reformas, sí, por supuesto, pero para construir sobre lo alcanzado, no para demoler los cimientos y encarar una refundación de Chile. En este sentido, la polarización entre dos candidatos ubicados a priori en ambos extremos del espectro ideológico sólo podía augurar, pensé aquel domingo yendo a votar, una agudización de los conflictos desatados con el estallido social de octubre de 2019.

No hubo sorpresas al momento del escrutinio, ya que las encuestas vaticinaban un triunfo del Frente Amplio de Boric. A poco de comenzado el recuento la tendencia ya era irreversible y el actual presidente terminó superando a Kast por más de 10 puntos porcentuales. Algarabía, felicidad del candidato ganador y los protocolos de costumbre, que se cumplieron religiosamente: llamado del perdedor al ganador, felicitación telefónica del presidente saliente, etc. Durante los días siguientes se produjo una especie de embelesamiento público con el presidente electo. Cada gesto era celebrado copiosamente: Brownie Boric, el perro presidencial electo, le mandaba saludos por Twitter a su par trasandino (Dylan Fernández) y se volvía viral; una salida nocturna de Boric para comprar chacareros, un sándwich chileno muy tradicional, fue cubierta por la prensa como un acontecimiento inédito en la historia de la humanidad.

El romance de la prensa con el presidente electo siguió viento en popa durante varias semanas. Todos los días se podían leer notas laudatorias sobre el joven casi abogado convertido en presidente, el simbolismo de su triunfo, la esperanza que representaba para el país y la importancia del recambio generacional. Unos pocos, más cautelosos, se preguntaban cómo iría a conformar su gabinete, si incluiría a personas de la ex Concertación para dotar de experiencia a su equipo, si predominaría el Boric de izquierda dura de la primera vuelta o el moderado tirando a socialdemócrata de la segunda. También se apuntaron algunas dudas acerca de la relación del Poder Ejecutivo con el Congreso, dado que la coalición ganadora no tendría mayoría en ninguna de las dos cámaras. Una de las principales incógnitas era quién ocuparía el Ministerio de Hacienda. Para tranquilidad de la mayoría, el elegido fue Mario Marcel, presidente del Banco Central de Chile entre 2016 y 2022, un economista prestigioso, moderado, que había manifestado su férrea oposición a los retiros de las administradoras de fondos de pensión (AFP), por sus efectos inflacionarios, entre otros.

Finalmente, llegó el 11 de marzo, el día del traspaso de mando. Resultó elocuente la expresión del presidente al retirarse de su discurso inaugural, un resoplido que reflejaba la tensión y el desafío por delante. Pese a que las expectativas generadas eran altísimas, acordes con lo prometido en campaña, lo cierto es que el contexto en el que asumió el nuevo gobierno era complejo: la economía aún no se recuperaba de las consecuencias de la pandemia, las proyecciones de crecimiento para 2022 no son prometedoras, la inflación de 2021 fue la más alta de los últimos 14 años y se prevé que en 2022 llegue a los dos dígitos, por lo que es probable que el malhumor y los reclamos por parte de la ciudadanía no sólo persistan, sino que incluso se incrementen.

NI CIEN DÍAS DE GRACIA

Un primer indicio de que la famosa luna de miel presidencial sería más breve que lo habitual llegó apenas cuatro días después de la toma de posesión. Iskia Siches, ministra del Interior (médica, ex presidenta del Colegio de Médicos, sin adscripción partidaria y figura clave para el triunfo en segunda vuelta), inició una visita a La Araucanía, epicentro del conflicto mapuche, para “sostener diversas reuniones con las comunidades”. Esta visita incluyó un intento de ingresar a la comunidad mapuche Temucuicui, pero fue recibida con barricadas y disparos por parte de sus miembros. Las críticas llovieron de todas partes y ya, en la primera semana de gobierno, la posición de la ministra había quedado debilitada por un error no forzado al desoír las advertencias de Carabineros sobre el riesgo que implicaba tratar de ingresar en aquel lugar. El episodio indicaba, además, que los sectores más radicalizados no tienen previsto hacer ningún tipo de concesión con el nuevo gobierno. Al contrario: todo tiene el aspecto de una invitación a proseguir con su agenda de máxima.

Así las cosas, a fines de abril se publicó la encuesta semanal Plaza Pública de CADEM con un resultado contundente: la aprobación del presidente se había desplomado del 50% al 36% en menos de dos meses. Esta vertiginosa pérdida de popularidad ha generado preocupación, extrañeza y numerosas columnas. ¿Cómo es posible que el presidente rockstar, fan de Nine Inch Nails, millennial, feminista y sensible, la gran esperanza joven del nuevo Chile, haya caído tan rápido de su pedestal? Pues bien, lo que nadie quiere decir en voz demasiado alta es que en realidad no debería haber sorpresa alguna.

El Frente Amplio que gobierna Chile es la expresión partidaria de la primera Revolución Pingüina de 2006 y las grandes movilizaciones estudiantiles de 2011. Los dirigentes que lideraron aquellas protestas (Boric, Camila Vallejos, Giorgio Jackson) hoy están todos en el Palacio de la Moneda: son el presidente y dos de los principales ministros. Fueron muy capaces de correr por izquierda a Michelle Bachelet en sus dos períodos, forzándola a acometer una reforma impositiva que no ayudó en nada al crecimiento de la economía (más bien al contrario) y una reforma parlamentaria que terminó con el tradicional sistema binominal en 2017. Lo que prometía ser un sistema de mayor representatividad terminó pulverizando el bipartidismo tradicional y llevando al Congreso a un exótico y variopinto grupo de monobloques. Desde luego que también horadaron la legitimidad de Sebastián Piñera, surfeando la ola de violencia desatada en octubre de 2019 que llevó a la centroderecha al fondo del mar y a la implosión de la Concertación de centroizquierda.

Todo aquel espíritu confrontativo, reformista o incluso refundacional tuvo desde luego una buena acogida entre los jóvenes que no conocieron el Chile pobre y desigual de otras épocas, pero también entre muchas familias que se habían endeudado para mantener su nivel de consumo, porque desde hace años que sucede algo muy lógico: si la economía no crece y el mercado de trabajo debe, además, absorber a un millón de inmigrantes venezolanos y haitianos, puede que la pobreza no aumente, pero los salarios forzosamente se estancarán. Y así como el Frente Amplio reclamó y obtuvo del gobierno de Piñera los bonos de emergencia en pandemia y los retiros de la AFP, ahora le toca gobernar con la inflación resultante de aquellas medidas.

Ahora llegan las dudas. Estos jóvenes de treinta y pocos años, que pasaron de la militancia estudiantil a la política, que de las universidades saltaron directamente a una diputación y ahora al Ejecutivo, ¿están realmente capacitados para gobernar, por muchas maestrías y doctorados que puedan ostentar? La falta de experiencia, el amateurismo y, en algunos casos, directamente la impericia de buena parte del equipo resultan preocupantes y los casos de mala praxis se acumulan: la ministra del Interior comete no menos de una gaffe por semana, y en algún caso ya se ha visto obligada a disculparse; la poca coordinación al interior del gobierno (declaraciones contradictorias, funcionarias que se enteran de medidas de su ministerio mientras las entrevistan en la radio); tensiones entre los partidos que integran la coalición oficialista (dardos permanentes de Daniel Jadue, alcalde de la comuna santiaguina de Recoleta, del Partido Comunista, por ejemplo); la posición debilitada en que quedó el ministro Marcel, que después de haberse opuesto categóricamente al quinto retiro de las AFP, debió ingresar un proyecto propio de retiro acotado para evitar la aprobación de la iniciativa original y la desconfianza hacia la Convención Constituyente.

UN TRISTE ESPECTÁCULO

Y es esta Convención, justamente, otra situación que puede traerle muchos dolores de cabeza al nuevo gobierno, a la manera de un boomerang. Porque fue el Frente Amplio uno de los sectores que más bregó por la redacción de una nueva Constitución como la manera ideal de dejar atrás las rémoras pinochetistas e instrumentar así toda una nueva generación de reformas. Y así fue que la opción “Apruebo” obtuvo un 78% de los votos en el plebiscito de entrada al proceso constituyente, y luego en la elección del 15 y 16 de mayo de 2021 se llegó a un modelo y a una composición de asamblea a la cual no sería exagerado de calificar como copada por sectores de izquierda.

Sin embargo, una vez puesta en funciones, la Convención ha sido noticia mayormente por sus escándalos, sus peleas y sus esperpénticos shows. Que semejante cuerpo sea el responsable de una tarea tan crucial desde luego que ya es una mala noticia de por sí. Pero que a su vez el presidente Boric haya dejado en claro que la suerte de su programa de reformas está atada a la del texto de la nueva Constitución, que deberá ser plebiscitado el 4 de septiembre próximo, le agrega más incertidumbre al panorama. Sucede, simplemente, que son muchas cosas y demasiado importantes las que están en juego con esta reforma: el sistema previsional, el sistema de salud, los derechos de propiedad, la plurinacionalidad y las cuestiones indígenas, la propiedad de las aguas y la eliminación del Senado, por citar sólo las principales. Lo cierto es que si el plebiscito se celebrase esta semana, la opción “Rechazo” saldría vencedora, según las encuestas que se han publicado. Los chilenos quieren una nueva Constitución, pero parecería no ser la que se está redactando y la que quiere el nuevo gobierno, que podría estar dirigiéndose tempranamente a un callejón sin salida.

Antes de finalizar, quiero hacer una aclaración importante: pese a su rápido ascenso hasta lo más alto del poder, el Frente Amplio no es en modo alguno una expresión mayoritaria. El abrupto desencantamiento con el nuevo gobierno se explica también porque los votos que obtuvo Boric en segunda vuelta no necesariamente son de él, sino que muchas de las personas que lo votaron lo hicieron para evitar un triunfo de Kast. Al haber votado por el candidato que percibían como el mal menor, es esperable que mucha gente encuentre con facilidad motivos para criticar al presidente. Su caudal de votos propios probablemente sea cercano al 26% que obtuvo en la primera vuelta, por lo que es más que probable que la atomización política que favoreció los planes del actual oficialismo le resulte ahora una complicación adicional para gobernar.

Así las cosas, en lo personal, no tenía ni tengo grandes expectativas con respecto a este gobierno. Más allá de mi escasa afinidad ideológica, especialmente en materia económica, esta etapa tan complicada que Chile comenzó a atravesar en octubre de 2019 no será de fácil resolución, por lo que es de suponer que ni éste ni ningún otro presidente podría salir airoso de este brete.

Infobae.